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Donald Trump quiere comprar Groenlandia. Es lo que Estados Unidos ha hecho siempre para agrandarse

De un tiempo a esta parte, el mapa político del mundo se ha convertido en una realidad estable. Los países son lo que son. Es difícil reordenarlos. De ahí que noticias como la que sigan resulten tan llamativas: al parecer, Donald J. Trump lleva cierto tiempo tanteando en círculos políticos y empresariales la posibilidad de comprar Groenlandia. La historia ha sido desvelada por The Wall Street Journal, y tiene visos de verosimilitud. Es la clase de idea grandilocuente que uno esperaría de Trump, y también de la lógica estratégica de EEUU desde su nacimiento.

La compra. Trump visitará Dinamarca en septiembre, lo que ha avivado los rumores. El primer ministro del país nórdico, Lars Løkke Rasmussen, ha recibido la noticia en los términos que cabría esperar: "Debe ser una broma del Día de los Santos Inocentes (April's Fools Day)... Pero totalmente fuera de temporada". La reacción entre la clase política danesa ha sido unánime. Las declaraciones de progresistas y conservadores oscilan entre el "se ha vuelto loco" y el "no creo que sea muy buena idea", pasando por "espero que sea una broma, porque de otro modo es una idea terrible".

Es decir, no parece haber suficiente dinero en la Reserva Federal para que Dinamarca, de concretarse la oferta, acepte.

¿Por qué? Pese a la extravagancia que rodea a Trump, el interés por Groenlandia es menos absurdo de lo que aparenta. El gobierno estadounidense ya intentó comprar la isla tras la Segunda Guerra Mundial. En 1991 se desclasificó el acuerdo preliminar alcanzado entre ambos países para intercambiar porciones de territorio en Alaska y Groenlandia. Estados Unidos ha dotado de gran interés estratégico a la isla durante todo el siglo XX, por su posición cerca del polo y a la extinta Unión Soviética. Además, contiene petróleo y otros minerales raros.

Hay una batalla por controlar los recursos del Ártico. Poseer Groenlandia, bien lo sabe Dinamarca, es una bicoca si el hielo continúa retrocediendo a este ritmo. Estados Unidos siempre ha tenido un ojo puesto en la isla. Su base aérea en Thule se construyó en 1943.

La lógica. Pero hay algo más, un elemento que trasciende al puntual interés geopolítico en Groenlandia: Estados Unidos se ha hecho grande con adquisiciones así. La expansión territorial del país está plagada de compras e intercambios territoriales, forma parte de su ADN histórico. El ejemplo más recordado es Alaska: en 1907, el Imperio Ruso vendió sus territorios americanos al gobierno federal por apenas $7 millones (alrededor de $118 millones hoy en día). La compra aseguró a Estados Unidos un acceso a las aguas del Ártico, y a su abundante petróleo.

Otros ejemplos. Alaska no fue una excepción. La compra de territorio más sensacional realizada por el gobierno estadounidense fue la de Luisiana, una vasta posesión al oeste del Mississippi controlada por Francia (y en su día por España). Costó alrededor de $15 millones (unos $250 millones hoy), una ganga si pensamos que hoy aquellos territorios representan el 23% de la superficie de EEUU. El gobierno federal también compró territorios nativos; parte de Texas; el sur de Arizona y Nuevo México; islas en las Filipinas; y las Islas Vírgenes en el Caribe.

Una compra, por cierto, realizada a Dinamarca en 1917. Es decir, hay numerosos precedentes, todo ello descontando los tratados amistosos y las cesiones. Estados Unidos no se ha hecho grande tanto por derecho de conquista como por compra y negociación.

El sentido. De modo que sí, tiene sentido que Estados Unidos quiera comprar Groenlandia. Si es así. Lo paranormal no deviene del interés en la adquisición, sino de los tiempos: hoy una compra-venta de territorio resulta anacrónica y colonial, muy en especial si pensamos en el debate en torno a la autodeterminación de los pueblos. La mayor parte de la población groenlandesa ansía la independencia, y condiciones de vida que superen el desempleo, la pobreza y las altísimas tasas de suicidio y exclusión social.

Estados Unidos, un país con un magro registro de trato a las poblaciones minoritarias y nativas, adquiriría un problema político innecesario. De ahí que el globo-sonda de Trump parezcan tan absurdo.