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'Historias del Bucle': ciencia-ficción episódica y sin estridencias para tiempos necesitados de calor humano

'Historias del Bucle' honra dos tendencias de la ciencia-ficción que, desde luego, no son las que más alto puntúan en los grandes éxitos del género que, desde hace unos años, aglutina Disney en sus manos. Frente a la fantasía ruidista, aturdidora y con historias estiradas de forma laberíntica, con múltiples spin-offs, secuelas, precuelas y autoplagios, 'Tales from the Loop' propone un regreso a la ciencia-ficción tranquila y reflexiva, y en pequeñas píldoras (casi) autoconclusivas.

En el primer aspecto, la serie que Amazon Prime Video acaba de estrenar, poniendo a disposición del espectador todos los episodios de la primera temporada (una decisión singular, ya que es la última serie con la que a alguien se le ocurriría hacer binge-watching), se distancia del estilo de otros éxitos recientes del género también televisivos. La multirreferencialidad algo vacía de 'Stranger Things' o la explosiva ultraviolencia y ambientación cyberpunk de 'Altered Carbon' encuentran un gustoso contrapunto en esta serie de Nathaniel Halpern.

Quizás el secreto de su singularidad esté en el origen de sus historias: no un relato, una novela o una idea presta a ser franquiciada en caso de éxito, sino las evocadoras pinturas de Simon Stålenhag. Se trata de artista sueco que en su sencilla biografía en Facebook da con la clave de qué hace especial a su obra y, por extensión, a la serie de Amazon Prime Video: "Pinta a gente normal en escenarios extraños". Y estrictamente eso es lo que hace: con una textura digital pero que imita la pintura al óleo, mezcla paisajes naturales suecos y tecnología del futuro, especialmente robots gigantes. Y lo adereza con un indescriptible aire nostálgico indefinido y muy distinto de la ametralladora de referencias de 'Stranger Things'.

Sin embargo, hay una singular narrativa que vertebra toda su obra: en su libro titulado igual que la serie se cuentan, en instantáneas de un pasado alternativo y grisáceo, los efectos de la construcción de un acelerador de partículas en Suecia en los años sesenta. Cuando éste dejó de ser rentable, y después de tremendos avances en inteligencia artificial, los inventos que se generaron pasaron a poblar los parajes de unos años ochenta muy distintos de los que conocimos en la realidad.

Es ese tono nostálgico, añorantes de unos años ochenta perdidos e imaginados, los que empapan la serie y hacen que sea curiosamente refrescante su enfoque más orientado al drama que a la fantasía. La ciencia-ficción es a menudo un elemento más de la cotidianeidad, y sirve para ejecutar de forma metafórica temas muy personales: la soledad y la pérdida -recurrente en varios episodios-, las metas vitales no conseguidas, la amistad y el amor frustrados, todo se ve potenciado y puesto a prueba con elementos fantásticos. Perturbaciones en el tiempo y el espacio, superpoderes, viajes a mundos desconocidos no son excusas para la aventura, sino para profundizar en el drama.

Esa también es un poco su debilidad: su sumerge tanto a veces en lo dramático (y la evocadora banda sonora de Philip Glass tiene parte de culpa) que los elementos de ciencia-ficción son en algunos momentos accesorios. De acuerdo: una tranquila historia de separación entre familiares donde hay implicada una subtrama de saltos en el tiempo y universos paralelos le da cierta originalidad y los cómos y a los porqués, pero el objeto de atención es siempre el drama de los personajes, y en eso es tan humana y cercana como en cualquier historia realista. Paradójicamente, al tomarse tan en serio la ciencia-ficción, devalúa parcialmente su capacidad para fantasear.