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Realme Band, análisis: una pulsera cuantificadora muy barata de la que esperábamos algo más

Si hace algunos días analizamos el Realme Watch, hoy le toca el turno a la Realme Band, la apuesta de Realme para competir contra productos tan conocidos como la Mi Smart Band 4 y la nueva Mi Band 5. Se trata de una pulsera de lo más peculiar no solo por su sistema de carga, sino porque en un mundo lleno de pantallas táctiles, la Realme Band no la tiene.

Uno de sus argumentos más llamativos es el precio, y es que la Realme Band vale 24,99 euros en la web oficial (aunque se puede encontrar por 19,99 euros). Es una cifra sensiblemente más baja que la de sus rivales y, como veremos a lo largo de este texto, es algo que se nota en el día a día. Sin más dilación, vamos con el análisis de la Realme Band.

Empezamos repasando el diseño y el apartado estético. La Realme Band es bastante sencilla, está hecha de plástico (aunque parezca aluminio o acero inoxidable) y tiene una pequeña inclinación en en los cantos laterales. En estos cantos no tenemos absolutamente nada, ni un solo botón, sino que son completamente lisos. En la parte inferior, por su parte, tenemos el sensor de ritmo cardíaco, consistente en dos LEDs verdes como viene siendo normal en este tipo de wearables.

En la zona superior tenemos la pantalla. El cristal que protege el panel está curvado para integrarse mejor en la muñeca, pero la pantalla es plana. De ella hablaremos más adelante, porque hay mucha tela que cortar. Es una pantalla relativamente pequeña si la comparamos con el frontal y con ella interactuaremos a través de un botón capacitivo situado en la zona inferior.

Las correas son de silicona y extraíbles. Tienen 16 milímetros de ancho y se sienten bien. No tienen la misma calidad que las de Fitbit o Xiaomi, pero son más agradables al tacto que las correas de Amazfit o del propio Realme Watch. En la caja solo se incluye una, cuya longitud es ajustable a 152-227 milímetros, suficiente para todos los tamaños de muñeca.

Para sacarlas tenemos que tirar hacia atrás y hacer fuerza. Es algo que haremos en más de una ocasión, ya que el puerto USB con el que cargaremos la pulsera está integrado en el propio dispositivo y es al que enganchamos la correa. Cuando digo que hay que hacer fuerza es que hay que hacer mucha fuerza, tanto que al ir a cargarla por primera vez llegue a tener cierto miedo de romperla.

El motivo es que el puerto USB tiene dos amarres para sujetar la correa y evitar que se mueva o se salga. Estos amarres son bastante grandes y se enganchan bien, sí, pero ejercen demasiada resistencia cuando tiramos de la correa. No ha sido un mecanismo que nos haya parecido demasiado agradable ya que, como digo, da la sensación de que la vamos a romper. Habría sido preferible un sistema de carga magnético o parecido al de la Mi Smart Band 4. El cierre es de hebilla tradicional y no ha dado ningún tipo de problema.

Lo que sí nos ha gustado mucho es su peso. La Realme Band pesa tan solo 20 gramos, que no está nada mal. Eso hace que no sea incómodo llevarla a todas horas, ya sean durmiendo, haciendo ejercicio o mientras escribo estas líneas. Es bastante discreta en ese sentido y se agradece. Salvando el detalle de la correa, no se le pueden poner pegas al diseño y mucho menos si tenemos en cuenta que vale 25 euros. Con la pantalla, sin embargo, es otra cosa.

Pantalla: un conjunto de malas decisiones

Os cuento una anécdota. Cuando saqué la pulsera de la caja y me dispuse a utilizarla me mosqueé un poco porque la pantalla no respondía. He usado pulseras y relojes en los que como no hagas el gesto perfectamente o deslices desde cierta zona de la pantalla no responde, así que ahí estuve cinco minutos tocando el cristal sin que hiciera nada. Al rato me percaté de lo que estaba pasando: la pantalla de la Realme Band no es táctil. Parece una detalle sin menor importancia, pero no lo es en absoluto.

La pantalla mide 0,96 pulgadas, es a color y tiene una resolución de 80 x 160 píxeles, algo menos que la Fitbit Charge 4. Se ve bien en interiores, pero en exteriores y a plena luz del día la visibilidad es nula, incluso con el brillo al máximo. Puede representar 65.000 colores y sobre su saturación y contraste no hay quejas.

Dado que los marcos laterales son negros, la sensación es de que la pantalla ocupa todo el frontal, pero nada más lejos de la realidad. La mayor parte del frontal es marco y, como dijimos en el análisis del Realme Watch, se podría haber aprovechado un poquito mejor. Con todo, entiendo la decisión, ya que de haberse reducido los marcos el dispositivo en sí sería demasiado pequeño. El cristal que recubre la pantalla se llena de huellas con una facilidad pasmosa, pero al no ser táctil no es que la vayamos a tocar demasiado.

Como decíamos, interactuaremos con ella usando el botón capacitivo inferior, y no es la mejor forma. ¿Por qué? Porque hace que todo sea demasiado lento. Con swipes táctiles todo es más rápido, puedes volver hacia atrás, pulsar para ampliar información... pero con toques a un botón no. Pulsando el botón iremos hacia la pantalla inferior, una a una, y no podemos volver atrás, así que si nos pasas el ajuste o acceso al que queremos ir tenemos que dar toda la vuelta a las pantallas y empezar desde el principio.

Si para movernos entre la pantalla tenemos que hacer pulsaciones, para acceder a un modo deportivo o cualquier función tendremos que dejarlo pulsado unos tres segundos. De nuevo, mucho más lento que como lo haríamos si la pantalla fuera táctil. Aunque la pantalla se ve bien cuando las condiciones acompañan y responde correctamente a los toques del botón, la experiencia general con ella es bastante mejorable.